El mismo sol,
las olas otra vez,
la claridad quebrada,
las acacias colgadas de la nubes,
el paisaje
de abedules contiguos que se hacen transparentes
al fervor del estío.
Y de nuevo aquel día, aquel miedo inasible entre las manos,
los viernes irlandeses por la tarde,
el mundo a la deriva
y tu piel y mi piel,
tu piel sobre mi piel de quince años.
Porque ahora nos crecen como brazos los árboles,
heridos, casi náufragos,
y sus sombras sin sexo,
aún nos quedan los versos en las páginas
primeras de algún libro,
las botas de esquiar en los cuadernos más al norte del frío
y la nieve aterida, la nieve en los desvanes.
Fuimos lluvia y jardín,
aroma y tacto,
fuimos una propuesta de azul al mediodía
junto al lento fluir de los cauces glaciales.
Aquel día otra vez,
y junto ti,
los pasillos de hiedra que ya alcanzan el cielo.
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