miércoles, 20 de enero de 2010

Pensé que era un mendigo...

Pensé que era un mendigo.
Cada noche
le veía llegar: siempre traía
bajo el brazo la tos de un pergamino
y sus viejas sandalias respiraban
ciudades en latín. Acudía
como acude, metálica,
la música de invierno a zambullirse en un llanto,
llegaba justamente a la hora mágica en que notas
que todo cuanto has sido va acabándose
y te escondes de ti,
te difuminas
en un sueño de impúdicas murallas.
Llevaba habitualmente
un abrigo muy largo y muy raído,
tanto como sus manos.


De repente
se paraba delante de los contenedores,
los abría,
los miraba uno a uno y se marchaba
sin una sola monda de plátano en las manos.

Una día me acerqué y con los ojos
le pregunté qué hacía:

-Vengo a buscar el sol.

Era un poeta.



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