No sé si tú lo sabes, pero nunca
tuve interés alguno en preguntarte
cuánto tiempo trascurre hasta que un sueño
se convierte en crisálida o le crecen
las alas a un arroyo,
quizás bastante más de lo que tarda
un temblor en ser junco o una piedra
en desasir el lecho de las aguas.
Tampoco me preocupa, ya hace tiempo
que sé de cuántos siglos
viene la trayectoria de una bala o de cuántas
cesáreas de la luz nace un ocaso,
por lo tanto
si una vez observaras
que tú y yo nos miramos lo mismo que se miran
dos cosas imposibles,
di conmigo que no, que son de plástico
todos lo maniquíes,
que sólo las estatuas son verdad
fuera del diccionario
y los niños de pecho no van al paraíso.
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