Los ojos. No las manos
que crecen en los charcos cansados de los siglos,
no las manos que siegan margaritas,
ni las manos tendidas,
comerciantes,
ni las manos que habitan una infancia
de mañanas de plomo.
Los ojos. No la boca
que recorre mil leguas submarinas
para escribir promesas de cerveza,
no los labios antiguos,
ni los labios que rezan disparos en la sombra.
Los ojos. No las manos, la boca ni los labios.
Para ti
he guardado los ojos de un instante
antes de amanecer.
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