No es el mar quien me llama, ya lo sé,
no es la arcilla
ni el agua ni siquiera
la fuerza inexorable de la llama.
Yo conozco el lenguaje de las cosas pequeñas,
la claridad amarga de los juncos
y el olor a membrillo que tienen los inviernos,
yo conozco el silencio de los púlpitos
y el clamor de los huertos
y por eso
reconozco su voz cuando me hablan.
Pero en esta ocasión sólo percibo
sonidos subterráneos,
ruidos de artificio y bullicio de quincalla,
se diría que hay alguien en el piso de arriba
arrastrando los muebles
o esculpiendo
palabras sin sentido en una lápida.
¿Alguien sabe en qué idioma
hablan aquí las piedras a las piedras?
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