Los que dicen que han muerto no están muertos,
ni siquiera son músicos mormones que interpretan
pasajes de su infancia submarina,
son ventanas oscuras y un concierto
de voces indecisas que de pronto
han perdido su antigua arboladura.
Los que dicen que han muerto es que se saben
vientres en otros vientres
y ojos en otros ojos,
es que tienen las manos omitidas
y en los dedos
les sangran las puntas de otros dedos:
ahora son
el olor a membrillo y el galgo en el paisaje,
ahora son como bosques disueltos en la luz,
como escarcha feudal que aún rezumaran
las viejas bibliotecas.
Pregúntales si quieres,
pregúntales qué guerras han perdido
o por qué amanecer se han despeñado,
pregúntales si saben que los tilos
florecen en los patios,
pregúntales si tienen
una sola certeza de las cosas,
un esplendor prestado
o el silencio rasante de un barbecho
para hacerlo motivo de estar vivos.
Te dirán que no saben,
que el sol ya no les llega a los tobillos
y las ranas
croan en otro idioma.
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