Hay que ver
con qué facilidad se nos olvidan
las cosas más comunes, los lugares
que siempre hemos pisado,
por ejemplo
los hijos que no fueron o los bosques
que dejaron de serlo.
Y pensar
que sólo hace mil años ofrecíamos
los huecos de las manos para ver
el asombro de dos niños nombrándose,
pensar que hace mil años
o cien mil
estaban los arroyos inventados
y eran rojas y grises las colinas
y adusta la alameda cuando el viento
se escondía detrás de los balcones;
eran bruma y misterio las montañas
y el agua,
siempre el agua,
se inventaba las sílabas precisas
de una frase o de un verso
que acabara en la yema de los labios.
Pero ahora
el frío y el invierno son términos
completamente equívocos,
dudosos,
nadie sabe a estas horas si al decir
nieve, jazmín, acacia, claridad
dice sino cadáveres,
palabras
sobrantes de palabras repetidas.
Pareciera
que miraras al cielo y lo encontraras
aburrido de aves extranjeras.
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