Estamos muy cansados. Es muy duro
este oficio de ser y no ser nada,
bailarines,
acróbatas,
inspectores de escuelas y prostíbulos;
es muy duro sentirse a cada instante
misántropo,
sociable,
cirujano de alcoba y filósofo de chicle.
Tan cansado es vivir cuando la luz
dormita en los recuerdos
y se agrietan las manos
y se llenan
de pájaros marrones los cables del telégrafo
que se impone una tregua,
una especie de muerte repentina
a modo de entreacto, pues la muerte,
habría que saber,
es una recompensa que a veces ignoramos,
una forma de estar sin ser notados
que les sirve a los músicos,
nos sirve,
para tensar el aire
y afinar nuevamente los violines.
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