martes, 19 de enero de 2010

Estabas como ausente...


Estabas como ausente,
tu cuerpo
como hinojo bruñido por la escarcha
se apretaba a las nubes y mis manos
se alargaban, estériles,
en busca de montañas imposibles.
Todo en ti
era apócrifo,
los valles, las distancias,
el esplendor en llamas de la nieve,
el envés del espejo, todo en ti sucedía
lo mismo que en un libro de viajes
cuyas últimas páginas no esconden
supuestas emociones.
Sólo queda el recuerdo, me repito,
tú eras
a tu forma feliz y yo te amaba
porque tú eras minúscula y el viento iba contigo
de forma ingobernable,
yo te amaba, aunque fuera
un amor de palabras inaudibles,
te amaba en otro ser,
en otro vértigo.
Hoy sigues siendo aquella chica etérea
que tenía la edad en la cintura
y un nuevo treinta y uno de abril entre los pechos.
.


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