De vez en cuando es bueno detenerse
debajo de una encina,
comprobar
si el aroma del aire es el aroma
que dejaron los pájaros
y ver
si aún nos queda una infancia medieval
que nos crezca en las manos.
Porque es largo el camino y nadie quiere
dormir en los maizales con los ojos abiertos
una noche de junio, nadie quiere
que el metal de la espuela centellee
mientras hace el amor.
Es bueno, sí, que al menos una vez en la vida
tengamos el valor de preguntarnos
por qué aúllan los perros,
por qué tiene sesenta minutos una hora
o por qué, cuando llueve,
va la gente de luto por las calles
sin que nadie les pare en las aceras
para darles el pésame.
No hay rutas de regreso,
ya lo sabes,
bajo una misma encina se han sentado
miles de peregrinos que no han vuelto.
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