Llegando
a los cincuenta
uno
tiene
la
edad amanecida, justamente
la
edad en que los días son un folio de versos y un bolígrafo
del
color de las venas
cumplidos
los cincuenta uno de pronto
recurre
a la piedad y se da cuenta
de
que existen los vientres con fonemas daltónicos,
los
niños sin ombligo, la cerveza en los rostros
y
el deshielo
pasados
los cincuenta, sin embargo, se olvida
de
que duele el amor después del sexo,
de
que crujen las sábanas,
de
que el aire está lleno de ciudades metódicas
y
que hacerse el nostálgico sólo está permitido
en
horas de oficina
no
es que tenga en desuso el corazón,
sino
descansa,
no
deja de fumar, sino respira,
no
es que calle al oir una idiotez,
sino
que piensa
y
si llega un morir o mientras tanto,
uno
aprende a rezar, mira las cosas
de
una forma distinta y se pregunta
por
qué extraña razón es la tristeza
quien
gobierna la casa y va regando de amarillo los campos
e
invadiéndolo todo.
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