Porque no sé rezar, escribo versos,
porque vivo de urgencia y no soporto
los soles del verano,
soy extraño en la casa,
cruzo el bosque
y me digo a mí mismo que el final de mis días
no está en este poema
y silbo,
voy silbando
para esconder mis miedos,
para que no me quede atascado en la cuneta
de alguna carretera secundaria
y de pronto
las calles de mi vieja ciudad se han vuelto amables
y hay un brillo en mis ojos
y es más joven mi voz y hay un enjambre
de avispas en mi estómago.
Definitivamente
no,
no me está permitido
morir en este
poema.
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