martes, 20 de marzo de 2012

Qué leves estas horas

Qué leves estas horas
en que uno se mira en lo profundo de sí y siente el vértigo
que origina la edad,
qué altura al asomarse y ver la luz que se pierde y es penumbra
y vuelves a mirar y es el ocaso
quien se pliega en los muros.
Hoy recorro el jardín y al encontrarme conmigo nuevamente
el mundo se estremece,
no sé bien
si el mundo el que oscila o son las cosas que miro
pues aquí
la luz es temblorosa y la oquedad
sin duda me conoce.
Qué lejos de este otoño aquellos días de asombrada floresta
cuando cada reflejo se esculpía en el mármol
y el fluir de una lágrima
terminaba en un beso,
qué intensa claridad la de aquel cielo tan proclive a los trinos,
tan radiante en el júbilo,
tan sereno en el frío.
Y ahora que los ríos sólo son navegables de cintura hacia arriba
voy andando de vuelta hasta el estero
donde estuvo la casa
pero nadie me espera,
mis pasos son de nube,
sus ruinas,
de otro siglo.

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