Lo que más urge ahora
no es precisamente contar cuántos intrusos
nos gobiernan la casa
sino ver
por qué nos hemos ido convirtiendo en poetas foráneos
cada vez que escribimos
y cruzamos los túneles a la luz de un carburo mientras fuera
chirrían los teléfonos,
lo que más urge ahora no es huir
de los falsos chamanes ni escapar a los filtros que regalan
las esposas infieles
sino hacer que esos barcos que llegan cada día
a izar en tierra fértil su naufragio
no llenen de avefrías los hoteles de invierno.
No estamos cuestionándonos si los cuerpos celestes
son rojos o amarillos,
si engendrar realidades metafísicas
nos convierte en semitas implacables,
la verdad es que el canto de las aves miopes o las falsas doctrinas
no salvaron a nadie,
al contrario,
cada vez que el desierto predicó en las prostíbulos
hubo sangre en los charcos
o un mesías
masturbándose al fondo de un horror submarino.
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