La voz desconocida de una forma ondulante
me recuerda a Verlaine,
último grito de agudeza simbólica:
son los modos del habla, los nombres de la piel
cuando decimos nada,
vengo,
soy,
me asomo a una ventana con vistas al ayer
y oculto mis dobleces enterrando mi absurdo en un letargo invernal.
Aquí es donde me venzo,
los sandalias apestan,
los pies del peregrino ya no alcanzan las estepas quiméricas
y unos minutos más bastan para un morir
o un vivir que es lo mismo:
aquí empieza el no-mundo,
Juan Eduardo Cirlot y sus lontanos anhelos,
la claridad vencida,
acaso
mi otro yo.
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