jueves, 23 de junio de 2011

Aquí, a 17.580 kilómetros de Alaska...

…para Ana y José Luis

Aquí,
a 17.580 kilómetros de Alaska
sobre la nieve eterna hay un cartel mirando hacia el oeste
que advierte al viajero de que pisa
la paz del fin del mundo.
Y entiende el viajero que ha llegado la hora de lo mitos paganos,
la hora en que es posible que dos cuerpos de distinto perfil
vuelvan a hallarse,
la hora en que las formas han perdido su nombre
y la luz no crepita cuando roza las nubes,
comprende el viajero
que vagar torpemente por los versos de Rilke
sin haber encontrado que después
de cada claridad la muerte está más cerca
es el miedo a perder todo lo asible,
que ni el pánico,
ni los gestos punzantes de los gatos nodrizas,
las carencias de fe o las plegarias
disfrazadas de dudas
tienen razón de ser si no a expensas
de un sistema de espejos yuxtapuestos que nos lleva
al origen de nada y al principio
de una esquiva tristeza.
Quizás al viajero le ha faltado saber otros idiomas
y escuchar las palabras, las únicas palabras
sin fonemas,
que le expliquen que aquí todo es lenguaje,
que el silencio
es la única forma de ser cuanto sucede.

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