no sabemos con toda precisión la cantidad
exacta de difuntos,
su personalidad, su nombre y profesión o cuáles de ellos
padecían de males incurables,
pero sí conocemos cuántos de ellos murieron mutilados y con quiénes
se casaron sus viudas,
sí sabemos las fechas, los bosque de abedules y los hondos barrancos donde fueron
finalmente enterrados.
No hubo un solo rencor que no fundara su propia
cruzada de revancha,
daba igual la trinchera, los rosarios tardíos o bautismos
con agua mineral,
cada quien
arrojó a las serpientes sus turistas freudianos
y ocupó finalmente su sitio en el tranvía.
Y vinieron los hijos de los hijos a limpiar los escombros
y a barrer las cunetas.
Pero cuesta lavar lo que no tiene licencia de la química,
la sangre, por ejemplo,
seca rápidamente y no hay manera
de evitar que en el fondo del alma queden costras
que hablan,
que tienen apellido y se preguntan porqué,
por qué la gente,
por qué tuvo que ser,
por qué era izquierda la izquierda y la derecha pretérita,
por qué las mariposas
y los ríos estériles
y los ritos solemnes a la orilla de un bosque que ahora sabe que tiene
cada muerto más suyo.
Poesía Pura, 02 03 11
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