miércoles, 13 de abril de 2011

Hay cosas que no cambian



Hay cosas que no cambian
como existen ciudades que no tienen billete de ida y vuelta,
una fuente de carne regada con buen vino,
el olor a pinar sobre los párpados cuando pasan cien vírgenes,
el color de la plata que peina el eucalipto,
un barco a la deriva,
un puñal en el pecho,
porque hay cosas tan simples que no tienen
ni siquiera adherencias,
cosas tan evidentes como un niño que sufre escarlatina.

Sin embargo hay rutinas tan imbéciles
como hacerse uno el muerto por costumbre,
pagar una hipoteca, pedir número
para hacer el amor cuando lo manda la santa madre iglesia,
rutinas de vellón, pluscuamperfectas, rutinas
que no entienden
de los meses bisiestos ni del mapa sin brújula que esconden
en sus muslos de arroz las quinceañeras.

Lo que nadie ha explicado es por qué existen las trampas del lenguaje,
por qué hay leyes que todo lo reducen a la nada
si la nada
no construye ciclones ni amuralla
vaivenes subterráneos,
si la nada es un bosque con las puertas de acero
y el sueño en que los pájaros vierten sus excrementos.

Si la nada, al final, es esa muerte que mana
para cebar el llanto,
este tiempo de ojos semiabiertos en que vivimos
a escondidas tú y yo.

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