lunes, 2 de agosto de 2010

Leyendo a Walt Whitman

Todo tiene sus límites,
un antes y un después, un motivo de júbilo y un olor a derrota,
veintiocho muchachos se bañan en la playa
y Walt Whitman los mira,
chicos barbilampiños, sedosos, asustados y altivos que no han visto
una hecatombe súbita,
veintiocho muchachos que aún se compran golosinas de niño
y a las diez de la noche se transforman en muñecos geométricos:
cierto exhibicionismo no está exento de cánones
y amarse en bañador no ha sorprendido al poeta que ya sabe
que vendrá un nuevo orden y los hombres serán sus propios sacerdotes.
Se pregunta el poeta qué sería
si todas las personas de este mundo fueran maravillosas
y no existiera el límite,
qué sería
si esa felicidad que a veces somos
no perdiera su brillo, si esos chicos
conservaran intacta su inocencia hasta el final de los tiempos.
Pero hay algo, se dice, que no alcanza a explorar
la indeterminación de lo posible,
algo
que está impreso en la piel de esos muchachos y que un día
se abrazarán a un dígito cualquiera,
se cambiarán de nombre y oficiarán de hebreos,
de galanes, de acróbatas
hasta el día en que el mundo haga voto solemne de pobreza.

Poesía Pura
2.8-10

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