miércoles, 11 de agosto de 2010

A ORILLAS DE LAGO ARGENTINO

Además de amargura
hay belleza gozosa en el vuelo vespertino
del ave que se aleja.
Un cóndor en la tarde es un abrazo imposible que se fuga,
es el sueño de un mudo al que de pronto
le han crecido los labios del revés.
Como el agua y la nube, nadie tiene
posesión del espacio,
nadie alcanza a saber si es claridad de ayer la que palpita
detrás del horizonte
o es el giro armonioso de la tierra
quien nos viene a decir que nada es definido,
que todo es anterior y lejanía.
Por eso está esta tierra más atada
al cielo que a las piedras,
más clavada hacia a sí que quien habita un volumen que no es suyo,
por eso estas llanuras no respiran,
no desgastan materia,
no son bosque
ni desiertos asibles,
no son sino testigos de otros tiempos,
acaso,
privilegio exclusivo de los dioses.


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