domingo, 7 de febrero de 2010

QUÉ LE DIRÍA A DIOS SI ME ACEPTARA UN CAFÉ

Señor, si una mañana te invitara a café,
¿aceptarías?
Te diré, por ejemplo,

aquí tienes mi casa,
ésta es mi mujer, éstos mis hijos
y allá al fondo la mesa en la que escribo y siento miedo,
mis cosas, mis vigilias convertidas en ojos,
¿qué dirías?

Te ruego que te sientes, Señor,
y ponte cómodo,
no sabes la de veces que intentado decirte lo difícil que es
tener que habitar en la buhardilla cuando no haya ascensor,
lo penoso que es llamarse padre y tener que inventarse cada día unas manos,
no lo sabes muy bien,
no lo quieres saber o me has mentido
cada vez que te hablaba, cada vez
que elevaba la vista y no encontraba más indicios de un dios que las estrellas.

¿Te gusta el café agrio?

Yo me pondré un terrón porque me duelen
las verdades enteras
y he llegado a creer que son las cosas distintas cuando tienen
unas gotas de anís.

Siempre fui reticente a los guardianes que ven en lo finito
la esencia de la vida,
pero en cambio
me ahoga esta zozobra que producen los horrores sin nombre.
Dime Tú,
¿qué redime el dolor, qué flores riegan
los cauces ecuménicos que ha horadado una lágrima?

El misterio es la sima que compila fracasos temporales
y objetos distraídos que algún día
se olvidaron morir,
no es tan fácil ser cresta de ola si no hay olas,
ser tú si no eres tú,
no Señor,
acaso no pensaras que te ibas a encontrar tanto barro en las calles
y que los indios
-¡somos tantos los indios que habitamos las rocosas montañas
de los días sin nombre!-
también han aprendido a envenenar
con cicuta sus flechas,
acaso fuera error por tu parte no caer en detalles tan superfluos
como hacer que los hombres llevaran porque sí
chaleco salvavidas,
no soy quien para hacer el recuento de las llamas que faltan
o los hielos que sobran,
pero escucha,
aquí somos así y en cierto modo Tú tienes que admitir parte de culpa,
tal vez fuera mejor, tal vez veríamos la vida de otro modo
y no te vieras
obligado a morir cada mañana,
morir inútilmente
como un Dios minusválido.

Perdóname, Señor, después de todo
seguro que me miras diciendo pobrecito y reconoces
que según me escuchabas Te amargaba el café.
Y yo lo siento.

De verdad que lo siento y que me duele, Señor.

07 02 10
Poesía Pura

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