Siempre te hice saber que me sobraban lágrimas
para lavar heridas de otras guerras,
para noches a oscuras y cendales
echados sobre el frío,
lágrimas de almidón para los bosques
azules de eucaliptos que nacen de tus ojos
y terminan ardiendo en mis desvanes.
Quiero decir que sabes hasta dónde
tengo abiertas las manos,
hasta dónde
se me hielan los ríos como espejos
de una isla flotante y hasta cuándo
puedo sobrevivir sin que aparezca
mi nombre en los catálogos.
Yo no puedo afirmar si los que ahora
cruzan a la otra orilla son los mismos
que vimos hace un rato reparando las nubes,
si los gatos que estaban arañando a la luna
siguen en los tejados,
no puedo asegurarte si he soñado
con mujeres cerveza
o eras tú
que llegabas muy tarde y me nadaban las sábanas
de pechos amarillos.
Pero debes creerme cuando digo
que esta piel en que habito ya no aguanta
más inviernos al raso,
creerme cuando digo que no eres
esa hermana mayor que está obligada
a plancharme la ropa de domingo,
creerme si te digo que hace tiempo que vamos
muriéndonos a dos
diariamente.
.
097
No hay comentarios:
Publicar un comentario