viernes, 29 de enero de 2010

Seguro estoy...

Seguro estoy
de que tú no mereces estos versos
como no te mereces los rasguños que llevas en la espalda
ni esa historia de putas y hospitales
que cuentan de nosotros quienes beben cerveza por teléfono,
seguro estoy
de que tú te mereces días mejores,
autopistas mejores,
hipódromos mejores, inclusive
mejores aguardientes
que aguantar a completos idiotas afeitándose
las barbas del cerebro con cuchillas de esperma
o ver a las señoras de verrugas científicas untando mermelada
a las seis de la tarde en tostadas anarquistas
mientras llegan las cartas de chavales albinos
a punto de estrenar abrazos reciclados.
Tú tuviste la suerte de venir de la mano
de una muerte muy digna, la fortuna de ser
lo suficientemente niño,
lo adecuadamente anciano
para ver que la vida no es un tema de impuestos
ni un saber a qué horas defecan las ciudades,
tú entendiste, entendimos, que el llanto es el alpiste de los dioses
y no eleva el dolor, sino la propia
negación de uno mismo.
Por eso sólo escuchas el final de las frases,
sólo aspiras al día en que los cuerpos se salgan de las cosas
y la lluvia y el sol lleguen a ser
verdades compatibles.

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