Para ser un domingo
la verdad es que el cielo está tan alto
que es difícil saber en qué minuto
te tienes que apear
y en qué estación
se comparte a las diez una alegría.
Para ser un domingo hay muchas rutas
de largos recorridos que nos llegan
en horas discontinuas y se quedan
compartiendo el destino de una sorda pregunta
devenida
como una noche nórdica.
En la sombra hay postales colgadas de los árboles,
postales con el sol a la hora en punto,
con el río es su cauce y un ave en cada nube,
y a lo lejos, el mar y las pequeñas
montañas del verano,
a lo lejos el mar, porque es domingo,
porque el cielo es de pana y tú no sabes
si están callejeando por tu cuerpo
las caricias azules de la tarde
o el frío conyugal de una autopista.
Para ser un domingo lo cierto es que hay muy pocas
bicicletas con clavos sujetando las calles,
muy pocos transeúntes de luz intermitente
y excesivas muchachas con nieve en los zapatos
y una historia imposible en cada nalga.
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