Para que todo quede como estaba,
para que el mar sea mar cuando se acabe el mundo,
para que no confundas el viento con el vuelo de un pájaro
ni el silencio de Dios con la lujuria de un ángel,
para que el agua,
el fuego,
los castillos de arena y la mirada
ingenua de los niños siempre tengan la forma de tus ojos,
para que el sauce llore
otros doscientos años
y los ríos entierren en sus vientres
la orfandad de las nubes,
para que nunca sepas de qué tristeza vengo
ni de qué soledad soy ermitaño,
para que al fin de cuentas siempre entiendas
que he sido un viajero que nunca ha trascendido
del barrio de tus manos
te recuerdo, sin voz, a Blas de Otero:
está lloviendo, amor, y hablo contigo.
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