viernes, 29 de enero de 2010

Hay victorias tan simples que nunca han de contarse...

Hay victorias tan simples que nunca han de contarse
y hoteles que jamás han existido
lo mismo que hay relojes que no miden el tiempo
y hay paisajes
que nadie va a llevarse a su otra vida.
Porque es que la vergüenza no se oxida en la ducha
ni se lleva la ropa de diario a las tintorerías,
de nada nos sirvió que nos pusiéramos nombre
de ciudades de paso, que escondiéramos
más allá de la luz las bicicletas
si todas las ventanas del mundo miraban al verano
y además
nadie tuvo constancia de que el precio pagado
por salir en la foto le salvara de nada.
Sucede con frecuencia que gotean los grifos y no existen
fontaneros de guardia, que muere un violinista
y de noche se escucha a los caballos corriendo hacia su tumba.

Cuántas veces te ocurre que al volver una esquina
te sorprendes mirando a una persona,
alguien que no conoces, ni siquiera
tiene tu misma edad,
ni tu estatura,
un hombre del montón,
caminas por la calle y cuando piensas que has llegado a tu puerta
no es aquella tu casa
ni tu nombre coincide con el nombre que llevas
impreso en tu carné de identidad.

Y entiendes que de nada va a servirte
desandar la distancia y abrazar una a una las esquinas,
que escuchar las goteras no sofoca la sed de los pantanos,
que de nada te vale
llamarte, por ejemplo, Juan Andrés.

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