viernes, 29 de enero de 2010

No deja de llover, amiga mía,...

No deja de llover, amiga mía,
no deja de llover y estamos solos,
atrapados aquí, sobre las ingles
de una desvalidez que nos acoge.
Ya no es tiempo de arengas militares, de nosotros
se espera la obediencia que ofrecen los puentes levadizos
y acaso la conciencia moral de un comerciante de espejos.
Huele a barrios inhóspitos,
a arrabales sin puertas y a zarcillos de asedio,
huele a vientos de espaldas, huele a mar
cayéndose en la tierra.
No deja de llover y hay un silencio
de extintos archipiélagos que llega
de otras playas del mundo donde fundan
su tristeza los médanos,
donde un héroe es un ángel de preguntas silábicas
y la nada es un cero que se ha hecho mayor.
¿Qué ha sido de las aguas sin nombre,
de aquellas alborozadas sintaxis que de pronto
iban a arder el mundo?
Sólo sé que a las doce cesaban los tambores
y mujeres desnudas quemaban los hoteles,
que nos volvimos cautos,
circunspectos,
que bebimos del cáliz que ofrecían los sumos sacerdotes
y ahora estamos aquí, como un clavo en el techo,
como galgos de mimbre que soñaran horizontes mecánicos,
como juncos que crecen a la orilla
de un cauce subacuático.


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