viernes, 29 de enero de 2010

Bajé del taxi. Nada

Bajé del taxi. Nada
parecía indicar que fuera el último
en llegar a la cita y sin embargo,
pulcramente afeitados y al abrigo
de sus finas corbatas, allí estaban
todos,
como si nada,
los ilustres filósofos, los jueces que se acuestan con vendas en los ojos,
los bedeles, los jóvenes que aspiran a una plaza de músico,
los viejos que no tienen la licencia de viejos,
el jefe superior de policía, la sotana del cura,
los floristas, los médicos saltando entre los frascos de orina,
la cantante de ópera, el vendedor de periódicos,
la oronda curvatura del ministro, los tetrarcas,
los cronistas del reino, el camarero,
las esposas infieles y las fieles coimas,
la beata,
la puta…,
allí estaban los palcos y los púlpitos del teatro real,
las chabolas de mugre y los pisos adosados,
los coches de alquiler y el cobrador
del seguro de entierro.
Y muy amablemente me fueron presentando a cada uno,
diciéndome sus nombres, recordándome
su edad,
sus galardones
y la marca extranjera de su ropa interior.

Al final, cuando estaban a punto de apagarse las flores,
pregunté:
¿Por qué puerta
se puede salir de esta necrópolis?

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