Allá por dos mil treinta
habré crecido tanto que mis pies y mis brazos es posible
que ya no estén aquí
y hayan cruzado
los estigmas del aire y las montañas absurdas de los miedos.
Preguntaréis por mí,
seguramente
preguntaréis por mí y hasta vendréis con flores de noviembre a buscarme
pero no me hallaréis, no se os ocurra
buscar entre los muertos a quien tiene la lluvia entre sus manos
y aún lee a Baudelaire.
Caminaré despacio, sí,
caminaré despacio y sin mirar atrás por estas calles
que entonces serán otras, menos tibias que ahora y con un árbol
azul en cada esquina,
invitaré a cerveza a quienes vayan descalzos con su vergüenza al hombro
y no recordaré qué oficio tuve
ni por cuantas monedas vendí mi juventud.
Y si ocurre
que allá por dos mil treinta
alguno de vosotros se ha marchado por la puerta prohibida
yo miraré por él,
cortaré el árbol viejo de la muerte por él y si hace falta
abrazaré a sus hijos, besaré a su mujer, celebraré sus libros
y además, sabed todos
que cuando llegue el frío yo encenderé mi hogar
y junto al fuego
siempre habrá una botella de Beeffiter.
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Poesía Pura
26 02 10
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