domingo, 22 de enero de 2012

A Leovigildo Cañas, hijo también de Leovigildo Cañas


A Leovigildo Cañas, hijo también de Leovigildo Cañas
y nieto, claro está, de Leovigildo Cañas
nunca le preocupó que los turistas bávaros bebieran tantísima cerveza,
a Leovigildo Cañas tan sólo le importaba
que las ratas,
que las humildes ratas
se comieran de noche las orejas de los pobres chamacos que dormían
detrás de los barriles de cerveza que a la tarde
mearían los rucios alemanes.
A Leovigildo Cañas sabed que no le crece la barba desde el día que entraron en el pueblo
las tortillas de kétchup,
los violines de kétchup,
las vecinas que olían a hamburguesa y a perritos con kétchup
y es que dicen que dijo: cuando lleguen al pueblo los caballos mormones
me arrancaré las barbas de raíz, me cortaré los huevos
y plantaré un vergel donde no alcancen las tarjetas de crédito o se escuchen
los dientes del tío Sam.
Y desde entonces
nadie duda que un hombre al que le asaltan las fiebres amarillas
y cuenta a su mujer cuántas amantes se llamaban Penélope
es por culpa del kétchup,
que las mozas que paren mermeladas y espaguetis dañinos,
que las viejas que engendran sacristanes apócrifos
es por culpa del kétchup
y si vas a por uvas y los grajos han dejado arrasadas las viñas
es que ahora, también, hasta los grajos de atiborran de kétchup.
A Leovigildo Cañas le preocupa, por tanto,
que la gente no sepa
que lo gatos
y las ranas silvestres
y los hijos que dejan que sus hijos se acostumbren a las necias lujurias babilónicas
nunca llegan al cielo.

(He de aclarar, no obstante, que Leovigildo Cañas
no cumplió por completo su palabra y sigue entero)


Poesía Pura
22 01 12



466/S

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