Hace falta estar loco o a punto de morir
para entender
que nada hay en la vida que merezca la pena,
que no hay nadie que tenga más derecho a reír
que otro cualquiera,
hace falta estar loco y reventarse las venas con un saco
de indecentes jeringas
para ver
que no sirve de nada encender un cigarrillo,
escribir unas líneas,
tomarse un ración de indiferencia
o ponerse un gramófono delante de los muslos.
Hace falta estar loco o a punto de morir,
lo que ocurre es que entonces
nada sirve de nada.
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