viernes, 16 de marzo de 2012

Hablo de tu fragancia de carne amanecida


Hablo de tu fragancia de carne amanecida,
del sigilo
que se esconde en tu pelo,
del candor que atraviesa la nieve cuando llegas,
de tu risa indeleble,
de tu mansa locura,
hablo del arrebato que enrojece tus párpados de cielo adormecido
y hablo de la ternura de una tarde sin pájaros,
de tu piel en mi piel,
de mis barcos
que navegan tu cuerpo con las jarcias rendidas.
Aunque tal vez no diga por qué el viento y la brisa
y el aire que respiro cada vez que te nombro me saben más a ti
y no diga tus ojos, apacibles,
tus ojos tan de lejos, tan de nube como lagos sembrados de palomas,
y no diga tus dientes, ni la escarcha
que es temblor en tus dedos cuando brota el dolor y ya es granizo
y no diga tu vientre,
tu hermosísimo vientre que atesora la impaciencia del mundo
y desposa al arroyo con la lluvia
y no diga tus brazos, tus manos ni tus pechos,
ni el sol en tu cintura
ni el cristal quebradizo de tu voz.

Y acaso nada he dicho
de las playas de arena enloquecida que bordean tus labios.

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