viernes, 16 de marzo de 2012

Antes, asesinar a un poeta nunca estuvo mal visto


Antes, asesinar a un poeta nunca estuvo mal visto,
eran gente maldita, oficinistas
que robaban las sílabas a las señoras del lavabo y escupían
alcoholes en la goma de un papel de fumar,
a los poetas,
antes,
se les cortaba las venas con billetes de curso legal y se vendía su sangre
para publicidad de las plumas estilográficas,
a los poetas,
antes,
les sorprendía el alba resolviendo crucigramas en las alcobas de las viudas
o fumando cigarrillos de cáñamo con los carabineros,
eran
ruiseñores maniáticos que cantaban en el mausoleo de Lenin,
se hurgaban las orejas con un lápiz de labios
y vendían a plazos mariposas
para ungir de color las pompas fúnebres.
Eran
burgueses del revés,
astronautas vestidos de suicidas judíos,
citas de aniversario, calafates, gabardina de fraile, chicos de los recados
y hacían el amor con las consignas del movimiento obrero.

Hoy,
un poeta se muere de las formas más simples,
saluda a los burgueses y no sale con coimas ancianas,
toma güisqui con soda,
se flagela a sí mismo con las malas noticias de la capa de ozono,
se afeita las vergüenzas del alma y hace noche,
para no desentonar, en un motel de metáforas.

Hoy,
un poeta se acuesta recitando algún poema de “Cálamo”
y desayuna a las doce con Rimbaud.

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