viernes, 16 de marzo de 2012

A veces somos sombras que interpretan la noche con manos amputadas

A veces somos sombras que interpretan la noche con manos amputadas
o quizás hijos célibes de viejos militares
que han ganado una guerra y treinta años después aún se cepillan
después de cada siesta el uniforme.
Da miedo comprobar que no han servido de nada
tantas revoluciones,
tanta tierra quemada, tanto amor bolchevique,
las hortensias colgadas de un cristo en la buhardilla,
da pena comprobar que se ha acabado el verano
y adentro de la casa también llueve
y se han ido los pájaros
y es tarde para amar
y te han contado
que un hombre como tú sólo puede morirse en horario de oficina.

Van pasando las horas nombrándose a sí mismas
y un día te despiertas llorando y ya no estás,
desabrochas los ojos y ya no tienes ojos,
ladra un perro y las calles son un río de aceras verticales,
un día como hoy
de un mes cualquiera,
un día en el que intentas que tu nombre no aparezca en la lista
de futuros amantes de una mujer inglesa
y al mirarte a la cara te das cuenta de que todo ocurrió,
de que has ido creciendo del revés
y sólo eres
un pequeño ataúd con el tamaño de un niño.

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